“En aquella casa habitaban los fantasmas de mis madres”, así comienza esta novela, donde a través de toda la trama, realmente “los fantasmas” de vivencias pasadas, será la trama principal de la novela.
Esos fantasmas, realmente son los recuerdos de dos historias pasadas –la de Sofía, la abuela y la de Elisa, madre de la protagonista- que con el paso de los años se repetirán. La autora ha trazado magistralmente la novela, donde describe a la perfección los distintos sentimientos que atrapan al ser humano.
A través de sus personajes, pone de manifiesto diferentes modos de sentir, de pensar, de opinar, de llevar a través del tiempo ese secreto mejor guardado y a gritos conocido: la muerte de Elsa en circunstancia sospechosas. Las tías Magdalena, Ricarda y Antonia, son realmente antagónicas en sus posturas, en sus modos de pensar y en su modo de actuar, lo que nos demuestra que siempre han existido mujeres avanzadas a los tiempos que les toca vivir.
Ramón representa, de algún modo y en la vida de tres mujeres, separadas en el tiempo y en el espacio, un “amor imposible” al cien por cien, es decir, las tres mujeres sucumben a su atractivo, a su amor, a su deseo –aunque en el caso de Sofía no se materizalice- pero las tres acaban drásticamente esa relación.
Es una novela muy descriptiva en cuanto a sentimientos y sorprende cómo describe dichos sentimientos a través de metáforas, comparaciones y paralelismos con la naturaleza: el cielo, la tormenta, la oscuridad, los árboles, etc…
También describe, en un momento dado, la filosofía tan diferente del mundo oriental, cuando Ramón ha aprendido a vivir mucho más lentamente, más relajado, su mente avanza despacio después de haber vivido en la India.
Llama la atención que la autora en las descripciones de los sentimientos, lo hace sin rozar la cursilería, más bien, describe a la perfección esos sentimientos totalmente apasionados que se viven en los comienzos, o cuando un amor, de algún modo, “es imposible” lo que implica un desasosiego, una incertidumbre y un deseo desbocado.
Destacar la importancia que en un momento dado, casi al inicio y luego al final, tiene “una ventana”: la ventana significa el frio y el calor, lo interno y lo externo, el ansia y la paciencia. Todo un mundo gira en el cristal de una ventana, en un momento concreto.
Y no podemos olvidar, que la novela acaba diciendo: “Hay manos que se alargan hacia los demás, pero nunca adivinaremos su intención”, donde una vez más hay una escena que se repite: cuando Elisa alarga el brazo en el momento de su caída en el acantilado -¿realmente fue una caída?- y cuando el personaje central Carlota, se despide de Ramón.
Una novela muy bien desarrollada, con un vocabulario sencillo y muy descriptivo, romántica sin ser pedante y que realmente engancha al lector.
Mª José Mielgo Busturia
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